Es como si las palabras llevaran
milenios en una travesía esperando encontrar el camino de salida, batallando
con fuerza para romper los muros que las contienen. No son como nosotros que
nacemos y luego morimos, ellas nacen muertas y su final es la vida, cuando
encuentran quien las perpetúe, quien las vuelva historia.
Las palabras son agujeros negros que
nos arrojan a otras dimensiones, a otros mundos. Son la única máquina del
tiempo y la voz de lo que quedo enterrado en el olvido.
La palabra no es voz, la palabra
es arte, es gesto, expresión, desahogo. La palabra es lágrima y a la vez
sonrisa, es la mirada de quien calla y el arma del inconforme.
Las palabras no son instrumentos,
nosotros somos el suyo. Somos su puente al mundo, su camino a la inmortalidad;
somos su esencia. Nosotros nos vamos, quedamos en el inevitable olvido, y aun así
quedamos impresas en ellas, porque ellas quedan, persistiendo e implorando ser leídas.
Mis palabras nos mías yo soy de
ellas, son mis cómplices y mi portavoz. Son mi inmortalidad y yo su esencia. Me
entrego a ellas, me hago polvo que se diluye en su viento y al final del camino
me desatan, soy libre.
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