Uno de los legados más valiosos y
útiles que me dejó la mejor amiga de mi mamá, “tía clau” como yo le digo, fue su modo
de empacar maleta: En rollito y apretado para que todo quepa más, las chaquetas
de ultimo extendidas, y encima los zapatos bien acomodados. Pero querida Tía,
se te olvido enseñarme como empacar toda una vida.
Empaque primero mi ropa, solo lo
que sé que me será útil. Hice algunos canjes con mi madre y me le quede con más
de lo que le dejé. Con la técnica de mi tía Clau todo me cupo y supe que la
primera maleta estaba lista; Luego en otra maleta empaque esos objetos que también
me serán útiles en mi nuevo hogar: cajitas y estuches donde guardar mis cosas
personales, mi tira violeta para colgar los bolsos, la lámpara de estrella que
me dio mi abue, mis zapatos y el café y demás dulces que demandan ser llevados
cuando se va a otro país. Supe entonces que ya podría cerrar esta segunda
maleta. En el equipaje de mano empaque mis cosas de aseo y lo que necesitare
durante el viaje, incluyendo mi cédula y pasaporte y supe también que la ultima
maleta estaba lista.
Observe mi cuarto en busca de
algo que me hiciera falta empacar y me di cuenta inmediatamente que debía mirar,
no sólo en mi cuarto, sino en el de mi mamá, en el de mi hermana, en toda la
casa, en las calles donde crecí, camine, reí y compartí; en las casas de mis amigos, en los colegios
donde estudié, en los parques donde corrí y me raspe las rodillas, en las casas
de mis tíos, en las ciudades y casas donde viví (que son muchas), en los
lugares donde me enamoré, en los bares donde lloré, en las universidades donde
aprendí, en los salones de la Gran Colombia, en los andenes de la 14; también debía
buscar en las sonrisas de mis amigos de toda la vida, en la alegría de mis
amigos recientes, en la comprensión e infinita paciencia de esa amiga con don
de madre (Dianis), en la locura de mis mejores amigas; en los sabios consejos de mi abuelito, en los
mimos de mi abuelita, en la alcahuetería y buen ejemplo de mis tíos, en la
compinchería de mis hermanas y el juicio de mis hermanos, en el amor desmedido
a esos primos que también son hermanos (mi santi y tatan), en la risa y ternura
de mi Silvana, en los pucheros de mi Samuel, en el inmenso cariño de mi padrastro
(mi papá Héctor), en los buenos deseos de esa familia lejana que no es para
nada lejana; en el esfuerzo y perseverancia de mi padre y por encima de todo,
en el infinito, extenso y sagrado amor de mi madre, en sus brazos que abrigan,
en sus manos que curan, en su valentía y carácter, en sus consejos de oro, en
su inagotable fuente de apoyo, en su inquebrantable fe en mi, en la amistad que
me brinda, en la locura que comparte conmigo, y en cada rincón de su ser (te
amo mamá)
Bastante ¿no?, como ya no tenía más
maletas me tocó empacar todo en el corazón, en lo más profundo y haciendo
espacio para que todo cupiera, al parecer Dios previendo que esto iba a suceder
me dotó con un corazón lo suficientemente grande para llevar toda mi vida en él
y guardar espacio para todo lo que me falta.
Sin embargo comprendí que debía
dejar el miedo para que cupieran mis sueños; que si empacaba los recuerdos que
dolían no me cabrían las nuevas experiencias; que donde cabe el negativismo no
hay lugar para lo positivo y que si no soltaba el pasado no habría lugar para
mi futuro.
Así pues, que mañana sábado 19 de septiembre, viajaré
con mis maletas llenas y el corazón con sobre cupo. ¿Mi destino? los brazos de un hombre maravilloso que sé que me espera
con ellos abiertos, no estaré sola. ¿Mi motivo de viaje? Una bendición y muchos
sueños esperando volverse realidad. ¿Mi fecha de regreso? Serán incontables,
porque este maravilloso país del que me siento tan orgullosa de pertenecer
siempre será mi hogar, al igual que el hermoso país que ahora me recibe.
No siendo más, ¡hasta pronto y gracias!