Resulta que las cosas en verdad
nunca son lo que parecen; que en verdad nadie sabe lo que tiene hasta que lo
pierde y que otro montón de frases de cajón resultan ser verdaderas, a demás de
dolorosas.
Siempre traté de aprender lo que
me fuera posible de las experiencias que me daba la vida, en especial las
relacionadas con el amor. Sí, sufrí, como muchos otros habrán sufrido y deje
como ellos que el tiempo me curará las heridas y efectivamente lo hizo. Pero también
cambié, porque como dice otra frasecita de cajón “lo que no te mata te vuelve… más
hijueputa”. Así que recogí los pedacitos que quedaron de mí y construí una
nueva “yo” fría, calculadora, inmune al “bichito del amor” y según lo que me
dijeron muchos “incapaz de querer a alguien que no fuera yo misma” un Iceberg
como me llamaban otros cuantos. Creí saber mucho de la vida y alardeaba de ello,
aconseje a cada una de esas amigas entregadas a las mieles del amor (que en
realidad parecían las mieles del dolor) dándoles fabulosas cátedras de como enamorarse
sin perder la cabeza. ¡Como si fuera posible!
En fin, iba por la vida creyendo
ser feliz; dándoles sermones a quienes
tuvieron el coraje de ser mi pareja. Frenándolos en seco cuando empezaban con
sus cursilerías o cuando empezaban a desbordar demasiado cariño. Le temía de
sobre manera a la palabra “te amo” y más si era prematuro. Porque según yo, el
amor se construía con el tiempo a medida que esas dos personas se fueran
conociendo, porque ¡por favor! No se puede amar lo que no se conoce.
Pero resulta que un día te
sorprende la vida por la espalda y de un golpe y riéndose descaradamente de ti,
te dice que no sabes nada de lo que creías saber, que no has aprendido ni la
mitad de lo que debes aprender, y que el
sufrimiento no viene cuando nosotros queramos sino cuando a él le da la gana. Solo
basto un factor en mi vida, un pequeñísimo instante para darme cuenta de que en
efecto, no sabía nada de la vida y mucho menos del amor. Entendí que a fin de
cuentas no soy nadie para subestimar los sentimientos ajenos, el hecho de que
vayan dirigidos hacia mí no los hace míos. Me di cuenta que el amor no es
cuestión de tiempo. Se puede pasar mucho tiempo al lado de una persona y nunca
llegar a amarla; pero también podemos compartir tan solo un instante con otra
persona y darte cuenta de que quieres vivir infinidad de instantes al lado de
ella. Descubrí que no se ama a una
persona cuando llegamos a conocerla porque, citando otra frase de cajón, “nunca
se llega a conocer del todo a alguien”. Se ama a una persona, por su esencia,
por lo que por naturaleza es, por lo que te transmite al mirarla, por la
facilidad con que te hace reír, por cómo se queda mirándote mientras estas desprevenido,
por la fuerza con la que te abraza mientras pasa sus manos entre tu cabello,
por cómo te toma de la mano, por cómo te acaricia el rostro mientras te besa,
por el coraje con que te protege, por enfrentar al mundo por ti. La amas porque
estando entre sus brazos el mundo se desvanece, y sencillamente no necesitas
nada más. Se ama a una persona por eso, por los detalles más simples y
naturales y sucede de la manera más espontanea y silenciosa, jamás entenderás
cuando ni como te enamoraste.
Lo único que he aprendido y en lo
cual creo y creeré siempre, es que no se le puede pedir al amor que sea eterno,
ni condenar a una persona a que se sienta en el deber de permanecer siempre a
nuestro lado. El amor es para vivirlo fuera de tiempo, no importa si dura años,
meses, semanas, horas o tan solo un instante. Lo que importa es disfrutarlo
gota a gota, disfrutar a esa persona que acelera los latidos de tu corazón, que
cada momento junto a ella sea una anécdota para contar, una foto más para el álbum.
Porque un día probablemente se irá o te irás tu y juro que querrás que esas
lagrimas y esa sensación de que se te desmorona el mundo, valgan la pena.
Por último si a ustedes llega una
agrandada como yo creyendo ser el sensei de la sabiduría a decirles como deben
amar, no le hagan caso que en realidad sabe más el que siente que el que solo
piensa.
El amor no se guía por
los ojos sino por las sensaciones, por eso es ciego.